Opinión

Chico Degue, el memorioso

Chico Degue, el memorioso
  • Publishedenero 27, 2015

Octavio Augusto Navarrete Gorjón

Coyuca, una estampa desde el mirador de la Técnica 29. FOTO: OSSIEL PACHECO
Coyuca, una estampa desde el mirador de la Técnica 29. FOTO: OSSIEL PACHECO

 

A la memoria de don Julio Scherer García,
maestro de periodismo y de la vida.

I
Hace algunos días (¿Qué importa la fecha?) murió en la comunidad de San Nicolás don Francisco Soto, mejor conocido por sus amigos y vecinos como Chico Degue. Lo conocí hace un año, acuciado por varios vecinos y por los profesores Félix Mendoza y Agripino Fajardo. Ellos sabían que estaba investigando algunos datos para escribir una monografía de Coyuca de Benítez y pensaron que Chico Degue podría ser un buen informante respecto a hechos ocurridos en esta región a lo largo del siglo pasado.
Don Chico me recibió una vez con el profesor Agripino y otras dos veces en solitario. Se incorporaba con agilidad de un catre en el que pasaba la noche, antes de salir por la mañana a un patio muy amplio donde, sentado en un pretil de mampostería, hacía como que observaba el paisaje. En realidad no podía hacerlo, desde hacía cuatro años estaba completamente ciego (‘unas cataratas mal cuidadas’, me dijo). Nunca supe cómo veían los ojos de don Chico cuando conservaba el don de la vista, pero con sus ojos de ciego veía como ven los cronistas: con una mirada a la vez inquisitiva y serena, de alguien que asume que tiene todos los datos, que no hay detalle que se le haya pasado observar detenidamente en la aventura de la vida.
Siempre sonreía discretamente antes de responder a mis preguntas y al final de sus respuestas agregaba una especie de fastidio por darse cuenta que tal vez la historia no debía haber sido como fue. Veía la vida contemporánea no con enojo, decepción o añoranza de tiempos que ‘siempre fueron mejores’ (que suele ser la visión fatalista de la mayoría de nuestros mayores); él la veía con una especie de conmiseración, chasqueaba la boca cuando sus palabras tocaban temas que no quería abordar o que no ocurrieron como deberían haber ocurrido. ‘A mis años tengo más preguntas que respuestas amigo Navarrete’ – me decía con una falsa modestia, que luego estallaba en mil detalles guardados en su memoria con una precisión admirable -.
II
Al final de la entrevista le pregunté su edad y me sorprendió que en realidad no fuera tan viejo. Había nacido en 1920; tenía la misma edad de mi madre y la de una generación de coyuquenses a los que había entrevistado y de los cuales había obtenido sólo algunos datos menores. Don Chico Degue era una verdadera biblioteca andando. No tenía método para guardar sus datos, apenas sabía leer un poco y guardaba fechas y lapsos con una precisión sorprendente. Conozco varios señores y señoras de Coyuca que son más viejos, pero la memoria que tienen es la de su entorno inmediato; no guardan fechas memorables ni precisan acciones de personajes famosos cuyas andanzas conocieron. Don Chico era diferente, conocía a detalle pasajes de una historia que no se complicaba mucho en analizar o comprender a fondo; sólo una intuición primitiva le hacía percibir desde muy pequeño lo importante de aquello que no lo era.
III
En su memoria estaban frescos los recuerdos de la guerra vidalista, del escuderismo y de las rencillas que por diferentes motivos estallaron en la microrregión que va de Pie de la Cuesta a Hacienda de Cabañas. Hablaba con familiaridad de Baldomero y Amadeo Vidales, de Juan Ranulfo Escudero y de otros personajes de la historia regional. ‘Aquí hirieron a Vidales en una pierna (Baldomero, a Amadeo lo mataron cinco años después en la calle 5 de Mayo de la ciudad de México. O.N.) y de esa herida nunca pudo reponerse, al último se murió’ (todos morirán al último, pensó el de la pluma, pero no quise interrumpir su ameno relato).
La rebelión de los Vidales fue combatida por el general Jesús Ramírez Lara, que estableció su base de operaciones en la cabecera municipal. ‘Lara’, como se le conoció en ese tiempo y pervivió su recuerdo en la gente, fue el primero que concentró a los civiles en un solo lugar para aislar a la gente que andaba alzada. A los pobladores de San Nicolás los metió a la isla del Encanto, frente al poblado de El Zapotillo; duraron allí dos días, no había nada qué comer y tuvieron que irse a la cabecera municipal. Se fueron todos en bola porque si se iban cada uno por su cuenta, a las mujeres las forzaban y las pelaban. Así que llegaron todos juntos a la cabecera municipal y dos de los reubicados murieron por llegar al último: Juan Canduche, un señor de hablar atravesado, que decía una cosa por otra (‘la problema’ en lugar de ‘el problema’), fue ahorcado porque no supo explicar de dónde venía ni qué andaba haciendo; y otro, papá de Hipólito Dorantes, murió porque cuando Lara preguntó a todos los pobladores si alguien lo conocía nadie dijo nada, por miedo; el señor era un hombre de bien, dedicado a su trabajo, pero sus vecinos lo negaron más de tres veces; nadie dijo que lo conociera y de una ceiba grande que estaba por el Zapotillo, camino a la sierra, lo colgó el general Lara. Su cuerpo quedó meciéndose junto al de Juan Canduche, como escarmiento para los rebeldes.
[Abro aquí un paréntesis. Tengo datos contradictorios de este éxodo de los pobladores de San Nicolás. Don Humberto Galeana (trombonista de la orquesta de los Hermanos Chinos, conocido cariñosamente como El Chapule) me dice que los pobladores estuvieron varios meses en esa isla, que antes se le conocía como la del Cebollal y ahora es la isla del Encanto; que adentro hay grandes parazales y en ese tiempo había vacas y gallinas; además había buena pesca en todo su litoral, por lo que la manutención de los que vivieron en ella no tenía ningún problema. Es un detalle que no tiene mucha importancia pero lo consigno aquí por respeto a mis entrevistados].
III
Después vinieron los recuerdos más inmediatos, los que se guardan como vivencia, lo que nos toca lo más íntimo por ser sus protagonistas conocidos: “Me acuerdo perfectamente de la guerra del chicharrón, de ella se hizo hasta un corrido. Tenía cinco años cuando comenzó; un niño de mi edad llegó a comprar un chicharron de a cinco centavos en el local rústico de una carnicería, el que atendía el negocio le dijo que no tenía chicharrones de a cinco centavos, sólo había de los que costaban diez. Todo habría quedado ahí si el niño se da la vuelta y no aparece el jinete arriba de su caballo; era un vecino que conocía a la familia del niño y a la del chicharronero (en aquel tiempo todos nos conocíamos). – ‘¿Por qué no cortas un chicharrón en dos y le vendes la mitad al niño? – dijo desde lo alto de su caballo el intempestivo jinete -. Eso fue suficiente, otras voces de personas mayores respondieron con groserías desde el interior de la casa, después sólo hablaron las armas. El asunto había comenzado a las cinco de la tarde y al anochecer ya había siete muertos en la comunidad, tres de una familia y cuatro de otra. El chamaco que iba a comprar el chicharrón todavía vive por el rumbo de los Callejones”.
“Por cualquier cosa peleaban, no recuerdo por qué reñían Franco Salas y Asiano Marín. Asiano era militar y cuando lo topó Franco en un descampado no le importó que fuera acompañado de su tropa; se bajó del caballo y lo encaró: ‘Hasta que estamos frente a frente Asiano Marín’; ‘Aquí estoy para servirte Franco Salas’. El primero en disparar fue Franco Salas pero sólo mató el caballo de Marín; Franco tampoco murió en esa ocasión porque un capitán sonorense se lanzó desde arriba de su caballo y rodó con él por el suelo. Franco quedó herido de una pierna y al poco tiempo murió”.
IV
“El último cristiano que se comió el lagarto fue Polo Marín, en el año de 1927. Había ido con su hermanito a pescar a la laguna y de regreso pasaron a la Isla del Guayabo a cortar una papaya madura. El niño mayor cortó la fruta y se la entregó al menor, que comenzó a cortarla sentado arriba de una rama que estaba paralela a la superficie. Seguramente el ruido de las cáscaras de papaya al chocar con el agua atrajo al animal, que debió confundir las plantas de los pies del niño y lo atrapó. Todavía alcanzó a gritarle a su hermano ‘ayúdame’, pero el animal lo jaló con fuerza hacia el fondo y nunca más se supo de él. El niño mayor corrió a avisar a sus familiares y todos salieron a buscar al animal, al mando de un tío de los niños, de nombre Eliseo Marín. Durante varias semanas buscaron al animal sin encontrarlo. Aquella fue una venganza que no pudieron consumar, pero el terreno por donde usted vive se llama El Lagartero porque precisamente en ese lugar se desollaban y se abrían los lagartos para buscar algún indicio del niño perdido. Varios meses después, a finales de septiembre de ese año el señor Pedro Galeana (padre de Amador, y de El Chapule, abuelo de Virgilia, para ubicar a la persona O.N) le disparó a algo que pensó que era un güindure porque ya le había comido varias gallinas. Primero vio una desbandada de garzas que se asustaron y volaron estorbándose unas con otras; se acercó, vio el bulto y disparó. Cuando el animal dejó de moverse don Pedro se acercó y se dio cuenta que había matado al lagarto más viejo de la comarca. Era un animal como de ocho metros que ya estaba muy correteado porque había perdido un ojo, estaba tuerto (los ocho metros son una exageración pensé, un lagarto no mide tanto, pero tampoco lo interrumpí).
El animal fue arrastrado por una yunta de bueyes hasta el centro de San Nicolás y al abrirle la panza le encontraron algunos pelos, botones y girones de ropa que se supone eran del niño Polo Marín. Alguien le arrancó la cabeza y el resto del cuerpo fue quemado allí mismo. La cabeza permaneció casi dos años en el centro de la comunidad y una vez seca los niños jugábamos con ella; yo nunca me subí pero algunos amiguitos mayores que yo, de unos nueve años, se sentaban arriba de ella y las puntas de sus pies apenas rozaban el piso”. (Qué bueno que no lo interrumpí, pensé, la pierna extendida de un niño de nueve años debe medir unos setenta centímetros, los grados de la curva se descuentan de las plantas de los pies, que tampoco cuentan; era cierto, el animal debe haber medido diez metros de la cabeza a la cola, unos siete u ocho metros solamente el cuerpo O.N).
V
Chico Degue fue un adelantado de su tiempo, nunca le gustó la violencia. “Siempre me cayeron mal los Vidales, ¿Por qué si eran de Tecpan les gustó esta región para pelear? Toda su guerra fue por estas playas, por estas islas, por todo esto que entonces era puro monte”. Yo guardaba silencio, mis mayores siempre me inspiran un profundo respeto, éste que hablaba especialmente, por ser una verdadera memoria colectiva. No quise decirle la razón obvia: porque en esa guerra la zona liberada por los revolucionarios era la costa grande, de la que habían corrido a los militares y pistoleros de los gachupines en la célebre batalla de Petatlán. Acapulco estaba en poder de los reaccionarios y las casas españolas (Alzuyeta y Fernández sobre todo). Los rebeldes incursionaban por la costa porque la parte serrana era inaccesible para ambos bandos y los Vidales tenían una pequeña marina particular a partir del reacondicionamiento de sus dos paquebotes (especie de lanchones) en los cuales antes comercializaban los productos de la costa y que habían adaptado para las rutinas de la guerra.
Desde que traté a Chico Degue simpaticé con su forma tan primitiva y sencilla de ver el mundo, con su sentido común y con una capacidad admirable para ligar acontecimientos parecidos aunque se hubieran producido con medio siglo de distancia. Guardaba recuerdos de familia junto a recuerdos históricos. ‘En la isla del Guayabo, donde el lagarto se comió al chamaco, se entrevistaron Amadeo Vidales y Juan R. Escudero. Escudero no quiso salir a la costa grande, ya estaba en silla de ruedas y por eso Vidales comisionó a un jinete muy fuerte para que lo sacara de Acapulco y lo llevara a la costa, donde lo protegerían los vidalistas; ese jinete era Julio Diego, que trabajaba de estibador en el puerto, tío abuelo de Julio César Diego Galeana, que fue presidente municipal de Coyuca’.
Casi al final de las entrevistas, la última vez que lo vi vivo, me atreví a preguntarle (una combinación de morbo y curiosidad histórica) ¿Por qué en esta zona siempre ha habido rencillas don Chico?. Chasqueó la lengua, esa manera fina que tenía de hacer notar que no le agradaba algún tema, luego clavó su mirada buscando a ciegas mis ojos y me dio una respuesta que hasta la vez me tiene sorprendido y que no esperaba escuchar de un sencillo campesino y pescador coyuquense: “La culpa la tienen todas estas chingadas palmeras; antes de que el coco valiera sólo siete habitantes tenían arma de fuego en esta región: tres carrizillas, dos salones y dos pistolas (y comenzaba a pasar lista de los nombres de esas personas). Pero todo fue que estas palmas empezaran a parir bonito y la gente comenzó a beber y a hacer fiestas. Además éramos como animales, si alguien era ofendido por algún vecino y venía a pedirnos consejo en vez de decirle que hiciera las paces y viviera en armonía le contestábamos siempre lo mismo: cómprate una súper y chíngate con ellos. Las primeras cosechas de copra quedaron en la compra de todo tipo de armas; y las armas tienen que usarse, no son para tenerse guardadas. Desde entonces todas las ofensas se lavaron con sangre y la violencia fue el pan de cada día”.
V
Comienzo a pensar este ensayo en la velada de don Chico Degue, allí saludo a algunos amigos y otro que también sabía que lo andaba buscando para entrevistarlo me preguntó: ‘¿Pudiste hablar con Chico? Te aconsejé que lo hicieras pronto porque ya se iba a morir’. Le respondí que sí y que habían sido muy provechosas nuestras charlas, siempre acompañadas de unos sorbos de café.
La vida nunca deja de sorprendernos, en el poco tiempo que traté a este anciano pude captar en todo su esplendor la capacidad que tienen algunas personas para guardar datos precisos y para decirlos casi un siglo después sin percibir nada a cambio, sólo por el placer de servir como memoria colectiva de un pueblo que a veces es muy desmemoriado. Platicando con algunos amigos en la velación me di cuenta también que don Chico guardaba una estrecha vinculación con su entorno natural; a él se le preguntaba cómo debían sembrarse las palmas y a su vez siempre hacía preguntas: ¿Quieres que paran bajito aunque te roben los cocos o alto aunque las tengas que bajar con ganchos? Bajitas don Chico, aunque me los roben; entonces siémbralas con el culito frente al mar. Ese mismo consejo seguí cuando sembré mi huerta y efectivamente comenzaron a parir muy bajo; los cocos que me tomo los arranco con mis manos. El asunto se explica fácilmente: en estos lugares donde sopla la brisa del mar cuando menos 23 horas al día en un solo sentido (en dirección a las montañas) la fuerza del viento hace que la palmilla encuentre dificultades para crecer; en cambio si se plantan al revés (con la punta del coco hacia la montaña) la fuerza de la brisa ayuda a que la palmera crezca rápido; actúa como si alguien la jalara hacia arriba.
No fue mezquino don Chico con sus conocimientos; al contrario, siempre le dio gusto que le preguntaran y sus predicciones nunca fallaban: “No siembren ahora, siembren tarde para que los ventarrones encuentren la milpa chaparrita y no la dañen; siembren pronto porque habrá creciente”. Lo primero lo sabía porque había observado a las calandrias hacer sus nidos muy bajito, lo segundo porque esas aves ahora hacían sus nidos hasta lo más alto de los árboles; en el primer caso se prevenían de los ventarrones, en el segundo de las crecientes. Don Chico era especialista en interpretar las cabañuelas, esos nublados, lloviznas y lluvias que a veces hay al principio de enero y de las cuales nuestros mayores deducían el clima de todo el año; me pregunto qué pensaría de esta lluvia navideña que cayó en casi todo el país; seguramente algo muy distinto a la interpretación que de ella hace el de la pluma: Peña Nieto está salado, si compra un circo le crecerán los enanos.
CORREO CHUAN
Aunque sea de vez en cuando pero nos volvemos a encontrar lector(@ amable. En esta ocasión era inevitable escribir algunas líneas sobre un hombre sencillo que tuvo la amabilidad de concederme tres entrevistas en las cuales aprendí más que en varios libros de historia regional. Chico Degue fue una de las varias personas que entrevisté en el último año para recabar datos sobre la historia de Coyuca de Benítez y escribir una monografía. El trabajo de campo y de archivo de esa obra está prácticamente terminado; falta un poco de teoría y trabajo de gabinete que llevarán algunas semanas; pienso que en febrero estaré en condiciones de escribir unas ocho semanas y la monografía estará lista a mediados de abril e impresa a finales de mayo.
No será la única monografía de Coyuca de Benítez, hay cuando menos dos muy buenas; una de la Profesora Graciela Guinto Palacios, Cronista Emérita del municipio y una de las personas que más admiro; otra es del Profesor Alejandro Martínez Carbajal, originario de la hermosa isla de Holbox en Quintana Roo pero que ha hecho de Acapulco y Guerrero el motivo de sus reflexiones esenciales. Hay también un trabajo pionero de los profesores Petronila Balanzar y José María Alcaraz López. El economista Patricio Medina Andrade tiene otra monografía específica de su pueblo: El Papayo. Todas ellas son contribuciones invaluables para todo trabajo que sobre el tema se pretenda escribir en el futuro. El trabajo que está abordando el de la pluma es un encargo institucional del presidente Ramiro Ávila Morales que esperamos cumplir muy pronto como parte de nuestras obligaciones como cronista de la ciudad. Nos ha permitido este encargo intercambiar información con muchas personas y cronistas de todo el estado; por eso ahora sabemos que el municipio donde la tarea de cronista es menos laboriosa es Tlapa, donde existen códices antiguos y mucha publicación sobre su historia (particularmente el Códice Azoyú, así nombrado porque un constructor lo descubrió en una obra que realizaba en ese municipio). El municipio donde el trabajo de cronista es más fácil (así nos lo dijo su cronista oficial) es Buenavista de Cuéllar, porque la población es prácticamente de tres familias.
En Atoyac de Álvarez su cronista (Víctor Cardona Galindo, uno de los cronistas más jóvenes y prolíficos del estado) nos informó que sólo existen archivos de 1936 a la fecha; en aquel año sus archivos fueron quemados en el marco de la rebelión vidalista. A partir de esa fecha se conserva un buen número de archivos.
Nuestro municipio prácticamente no tiene archivos importantes, los vaivenes políticos los han mermado hasta casi la extinción. Los archivos parroquiales más valiosos están en la iglesia de Dominguillo, en Acapulco, donde se los llevó el padre Moisés Carmona allá por el año de 1959; estamos haciendo un último esfuerzo por tener acceso a ellos. La mayor parte del trabajo de archivo lo hicimos en el Archivo General de la Nación, en el Instituto Mora y en la Biblioteca del Congreso del Estado de México. En la biblioteca mexiquense existe un gran acervo sobre Guerrero hasta 1849, año en que se erigió el estado de Guerrero. Como antes pertenecíamos al Estado de México, en Toluca quedaron prácticamente todos los archivos, que se han conservado en forma muy esmerada.
Nos encontramos tan de vez en cuando que debo informar ahora que soy profesor invitado del Instituto Internacional de Investigaciones y Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano, dependiente de la UAGro. Entre las investigaciones que estamos por concluir, la preparación de mis clases, mis intervenciones en radio ABC y el programa televisivo de RTG ‘Café de Nadie’, queda muy poco espacio para mis lectores habituales. Les ruego comprendan esta ausencia sólo interrumpida dos veces (una para recordar al Güero Verruga y esta para evocar a Chico Degue); podría decirse con absoluto respeto que sólo interrumpo mis ausencias cuando el destino me roba a alguno de mis protagonistas. Espero pronto concluir mis trabajos y volver a encontrarnos en este espacio cada semana. Mientras tanto les dejo las notas de una canción de Consuelo Velázquez: “No es falta de cariño, te quiero con el alma”.
Estaba a punto de enviar este ensayo cuando me enteré del deceso de doña Mormeli Aguirre, vecina, amiga, madre y esposa de grandes amigos. Aprovecho este espacio para enviar un saludo solidario a todos ellos, especialmente a su hijo José Antonio Balanzar, hombre que en los modestos puestos que ha desempeñado siempre procura ayudar a la gente. Abrazos.
El correo chuan trae noticias tristes, dice que murió Chico Degue y con él se llevó una parte importante del patrimonio cultural de nuestro pueblo. También dice el chuan que el próximo año se llama Frida Khalo (pinta muy feo); las reformas de Peña Nieto hacen agua por los cuatro costados y la rebeldía de esta hermosa generación de jóvenes mexicanos va a continuar con mayores bríos el año próximo. La generación del 2014 pasará a la historia nacional como la fundadora de una nueva relación social. Cuando los mayores nos habíamos acostumbrado a vivir sólo contando los muertos y mirando para otro lado, llegaron los jóvenes ofendidos por la barbarie de Iguala para recordarnos que la historia de México nunca la han escrito los que agachan la cabeza, sino los que protestan y siguen el sueño libertario de las gloriosas generaciones precedentes. Les estábamos dejando un México lleno de vergüenza, ellos renuevan el México de la esperanza. Zapata 21 es una dirección de bellos recuerdos.
E-mail: correochuan@hotmail.com

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