Opinión

Facunda

  • Publishedoctubre 2, 2014

Zapata 21

I

Facunda Ramírez de la Cruz fue fundadora de uno de los vecindarios más populares de la ciudad. Llegó a trabajar de dependienta en la tienda de telas de un árabe; antes había estado con su madre y dos hermanos menores en la   sierra de Atoyac, donde se contrató para recolectar café en ‘La Soledad’, finca de la familia Pino, que administraba Franco Navarrete. Era entonces una niña y había nacido en El Ticuí; siendo adolescente llegó a Coyuca e hizo vida matrimonial con don Zaragoza Ramos, que venía de Tixtlancingo y que desde entonces tenía un trabajo seguro, que nunca abandonaría y que combinaba con sus labores de campesino. Don Zaragoza era el intelectual orgánico del ayuntamiento municipal; presidentes iban y venían y él continuaba inamovible en su viejo escritorio; ‘el indispensable’ le decían sus amigos y compadres, que él y su esposa tenían por cientos. Su vida laboral está llena de anécdotas y reflejan en forma nítida los usos y costumbres de la revolución hecha gobierno: en un homenaje a los héroes de Puebla un orador grita: ‘¡Zaragoza, Zaragoza! ¿Dónde estás Zaragoza?’; desde el fondo del ayuntamiento, visiblemente enfadado, don Zaragoza responde: ‘aquí estoy hombre, el discurso ya lo entregué, lo carga el síndico’. En otra ocasión es 19 de noviembre y el cabildo hasta entonces se percata que al otro día se verificará un desfile y la oratoria correspondiente: ‘Don Zaragoza, mañana es 20 de noviembre y no hemos redactado el discurso oficial’; Zaragoza Ramos responde con la discreta autoridad que tienen los indispensables: ‘no se preocupe presidente, tengo el del 5 de mayo; sólo le cambiaremos la fecha’.

                                                    II

   Facunda y Zaragoza habitaban una de las casas en que se dividió la enorme propiedad de don Ramón Gómez. El hombre más rico de la región en el primer tercio del siglo XX era dueño de todo lo que ahora es la calle Niños Héroes, que está frente a la entrada principal de la iglesia, hasta el río, y también lo que es ahora la calle Venustiano Carranza, que la atraviesa. En lo que ahora es el jardín de niños Eulalia Guzmán estaba el primer mercado municipal y, a un costado, en la calle Carranza, la ferretería de don Pancho Reyes, que tenía pegada a su fachada y entre admiraciones las letras de su ilustre nombre: ¡La Sorpresa!. Al sur el vecindario terminaba en la carretera nacional, con las casas de don Pascual Serrano y don Pachito Garay (la familia Cegueda Flores llegaría mucho tiempo después); al norte tenía su límite donde ahora está la bomba de agua, sus últimas casas eran las de don Melquiades Ojéndiz (después de la maestra Petronila Balanzar y ahora de su hijo el profesor Pepe Camarena) y la de Federico y Pedro Méndez. En ese vecindario se incluía la sernada, los muchos hijos de Emiliano, Saúl, Refugio, Raymundo y Amador Serna Navarrete, así como don Juán y doña Adolfina, patriarcas de ese clan. Ahí estaban los primeros molinos de nixtamal de Coyuca, el de don Pancho Flores y el de Amador Serna; después tendría también las dos primeras plantas de luz, la de Hipólito Farías y la de don José Ascencio. La iglesia al oriente, el río al poniente, la carretera al sur y al norte el estrechamiento de la ruta que va a Aguas Blancas constituían un conjunto de límites naturales que hacían que el vecindario fuera una especie de isla, separada relativamente del resto de la ciudad, pero invadida diariamente por los cientos de aguadores que en la cabeza, en palancas y en carretones tirados por caballos acarreaban el líquido para toda la ciudad.

                                                 III

   Cuando nació nuestra generación don Ramón Gómez ya no existía, pero su leyenda estaba viva en el recuerdo reciente de muchos que lo habían conocido. También pervivía en las columnas de estilo corintio que tenía toda la calle; las casas eran de distinto dueño, pero la calle de enfrente de la iglesia y la que la partía en dos mitades (ahora la divide en uno y dos tercios   porque el río se acercó) conservaban el estilo que tenían cuando la propiedad era una sola y habitaba, justo frente a la iglesia y a un lado del panteón municipal (donde ahora está el zócalo), el hombre más rico de la región, cuyos dominios territoriales eran todo el municipio y más allá, hasta la Providencia y Piedra Imán en el de Acapulco y hasta lo que ahora es Cacalutla rumbo a Atoyac. De Ramón Gómez se cuentan muchas historias, que cuando andaba borracho la gente pobre le paseaba enfrente sus caballos y burros flacos porque tenía la costumbre de matarlos y allí mismo pagarles en efectivo a sus dueños un buen precio por el animal: ‘para que compres uno bueno, que éste ya dejó de sufrir; no tienen para comer ustedes, menos tienen para que coman sus animales’. Dicen que don Ramón guardó un tesoro que tal vez esté enterrado en alguna de las casas de Niños Héroes o en la que ahora es de la familia Guinto Palacios, que también era de él, a un costado de la iglesia, junto a la oficina de telégrafos. El ingeniero Oníver Guinto nos hacía bromas diciendo que en la casa de mis padres nos habíamos encontrado el dichoso tesoro. No era cierto, el único que lo buscó fui yo pero nunca lo encontré.

                                                        IV

Doña Facunda vivió casi un siglo, se fue el pasado 13 de junio y con ella la última de la generación de ‘las cumas’. Sus contemporáneos todos eran compadres; ya por el bautizo de sus hijos ya, por los ajenos que bautizaban. Eran los tiempos de las cosas únicas; única era la religión y la iglesia, único el partido, único el palacio, el zócalo y la cancha que al ser la primera de cemento también era la única, construida con el entusiasmo de los jóvenes deportistas que trabajaron allí por altruismo.

   Las señoras lavaban y se bañaban con los niños en el río, en la parte más cercana a la desembocadura de la calle (‘desembocadura’, que pega con la ‘bocarío’ o bocacalle que colinda con la orilla del río; de todos modos dejo la palabra, porque ‘bocacalle’ suena como algo pasivo, de cemento, mientras ‘desembocadura’ suena como algo que se mueve, y en esa época nuestra calle se movía desde la madrugada hasta el anochecer; por ahí pasaba el tiempo, el amor y la vida). Los hombres se bañaban hasta arriba y en el horario de casinoche, cerca de la junta de los ríos (¡Ay de aquel imbécil que no siguiera esta rutina! La gente rescató a varios que se hacían mensitos cerca de donde se bañaban las mujeres, changuaneando su ropa, chuchuneándola con fuerza mientras sonaba una sinfonía de chiches que iban y venían con el ritmo del trabajo). La adolescencia no tenía horario (ni fecha en el calendario, como dice el venezolano Simón Díaz en Caballo Viejo, mi canción); podía comenzar antes o después, pero siempre se anunciaba con un cambio de rutina: nos llevaban a bañar al lugar de los hombres y en vez de trabajo y chiches que sonaban escuchábamos mucho relajo y chistes colorados (¡Qué clase de verso salió sin querer! trabajo, relajo, escuchábamos, colorados, chiches y chistes). Cuando para mí llegó ya no tenía papá; entonces el compadre Zaragoza Ramos me tomó de la mano y me dijo: ‘ven hijo, a partir de ahora te bañarás acá’.

   En ese tiempo todavía no había una línea clara entre lo privado y lo comunitario. Alguien siempre andaba buscando la mano del metate o la piedra del cajete; de tanto viajar ya no se sabía de quién eran las cosas. Todos los hombres tenían su machete (¡Quietos! no es albur) pero la piedra de amolar siempre se andaba pidiendo prestada (era como la llave .25 de ahora, compramos todo el equipo de herramientas pero esa pinche llave es la primera que se pierde; es la que se usa para instalar las baterías de los carros).

   A los niños nos constaba este desapego por los bienes materiales y el descuido adrede de los corrales y sus límites; comenzábamos jugando en el corral de don Ponciano Romero y cuando menos sentíamos ya le estábamos robando las guayabas a don Cheque Balanzar, hasta que el viejito salía a corretearnos con un garrote. Casi todos éramos pobres, pero todos (nunca he escrito un ‘todo’ más absoluto, lector@mable) éramos felices; el agua del río era abundante y limpia, los bajiales de la rivera siempre nos daban hortalizas, maíz, elotes y frutas; el río nos daba pescados y camarones en abundancia. Como nadie tenía refrigerador, el que mataba un cuche o traía mucha pesca lo compartía con sus vecinos; después llegaría su turno y recibiría la reciprocidad de sus amigos.

   Doña Facunda y don Zaragoza tenían una parcela en el zarzal. Hasta allá nos llevaba la señora mientras su esposo trabajaba en el ayuntamiento. Íbamos por leña que subíamos a los dos burros que tenían mientras la chamacada regresábamos cargando enormes calabazas. Después se metió a una religión sincrética, una variante de catolicismo y santería; tenía el don de la sanación, a mí me curó un empacho (no he de decir de qué estaba empachado porque años después regresé a lo mismo y ahora sí están acabando conmigo). Cuando me sometí a sus rezos, plegarias e invocaciones me dio mucho gusto que junto con mártires, santos y vírgenes, invocara a los vecinos muertos; cuando me curó invocó al espíritu de mi padre, al de su esposo y a los de otros muertos conocidos. Era una forma de reconciliarnos con los materiales de los que estamos hechos.

                                                           V

   Las periodizaciones históricas siempre tienen problemas; los grandes cambios epocales no se producen en un instante, son el resultado de muchos factores que se relacionan entre sí. ¿Cuándo terminó de irse aquel mundo y ocupó su lugar este otro que tenemos? Nadie lo sabe con certeza pero sin duda tiene un gran valor histórico el hecho de que haya muerto la última de la generación de las cumas (antes de ella se fueron Amalita Lemus, Elvira Guinto, María Luisa Salas, Adolfina Serna, María Flores, Romualda Bravo, Bernardina Duarte, Petronila Balanzar, Rosario Aguirre, Hortencia Gallardo y Soledad Gorjón; también doña Lena de Méndez y Doña Tila de Romero, cuyos nombres completos se me escapan). Doña Facunda Ramírez de la Cruz fundó con don Zaragoza Ramos una familia de personas trabajadoras y honradas; eso, que es un logro que se construye día con día, alimentado por el ejemplo, no tiene fechas especiales ni grandes batallas; es producto de una construcción paciente y cotidiana. Todos sus hijos son ciudadanos de quienes nos sentimos orgullosos los que con ellos compartimos infancia, ilusiones y destino. Neftalí (QEPD), Mario, Efraín, Miguel, Ernelmir (a la que todos conocemos por Lily) y Roberto sólo nos han dado satisfacciones y buena voluntad a sus vecinos. No se puede decir que una época ha terminado porque el mundo desde hace tiempo es otro, pero sí podemos escribir usando el gerundio y afirmar que aquel mundo bucólico, sencillo y rural está terminando de irse cuando la última mujer de las que aquí sembraron hijos, trabajos y ejemplos se reconcilia con el polvo que fuimos y al cual regresaremos.

CORREO CHUAN

   El correo chuan trae noticias muy tristes, dice que al irse doña Facunda Ramírez perdimos a una mujer constructora, al faro que fue para sus hijos cuando don Zaragoza Ramos se le adelantó en el camino sin retorno. Dice también que ya no habrá quien me cure del mal de amores y que una época se está cerrando para siempre llevándose el mundo que era y dejando en su lugar otro que a veces no entendemos. No es la única noticia triste; el licenciado Javier Bataz Benítez, que ha sido dos veces un fuerte aspirante a gobernar Coyuca con las siglas del PRD, tuvo un accidente que al cierre de edición lo mantiene estable pero con mucho peligro en una clínica de Cuernavaca. Hacemos votos porque se recupere pronto y enviamos un abrazo a todos sus familiares, amigos y compañeros.

   Por si faltaran crespones, ya al cierre de este ensayo, cuando escribo las últimas frases jugando con ellas y haciendo relajo para que la tristeza no nos pegue tanto, nos enteramos de la muerte de doña Esther Salinas Herrera; hermana de Roberto, campeón sin corona de la lucha política; esposa de Rafael Ariza, primer presidente municipal no priísta de la era moderna (hubo otro presidente municipal no oficialista: don Rosendo Cárdenas, que ganó la municipalidad por el Partido Obrero de Acapulco y que tomó posesión en 1930, el mismo día en que lo hizo Juan Ranulfo Escudero por segunda vez en Acapulco). Sabemos por canciones que La Niña de Guatemala se murió de amor, que la escritora Alfonsina Storni también, que caminó hacia el mar para perder su rastro entre las olas y confundir su poesía con las caracolas marinas de los mares del sur. En Coyuca todos sabemos que doña Esther murió de tristeza; no la mató la pérdida de Rafael, a quien ya no tenía y sobrellevaba su vida apoyada en el trabajo que construye y dignifica; se dejó morir por la ausencia, por la oscuridad infame de no saber en dónde está el padre de sus hijos y la imposibilidad de llevarle una flor o una plegaria. Tiene ya casi veinte meses que los coyuquenses vivimos en el inframundo, cuando nada hemos hecho para conocer el destino final de dos seres humanos que no merecían correr la suerte que corrieron: Beto de los Santos y Rafael Ariza Bibiano. Ojalá que el silencioso reproche con el que nos encara desde la luz doña Esther Salinas nos sirva para lavarnos la cara y al fin tengamos noticia, certezas y justicia en el caso de estos dos coyuquenses distinguidos. Ningún proyecto civilizatorio es viable cuando nos hemos olvidado de lo esencial: el derecho a vivir; o el otro, más elemental si el primero no es posible: el derecho a saber. No se construye sobre la oscuridad y el olvido, sino sobre la verdad y la memoria.

   Este ensayo es el del dolor, ya estaba poniendo el punto final cuando nos enteramos de la muerte de la señora Marina Salas Reséndiz, madre del diputado local Víctor Salinas Salas, a quien abrazamos junto con su familia y la familia de doña Esther Salinas.

   Algunas noticias buenas debería traer el chuan y son las siguientes: don Elías Herrera cumplió hace veinte días sus primeros cien años. Él es el único sobreviviente de la generación de nuestros mayores, con ello une su nombre a los otros cuatro o cinco centenarios que por fortuna tiene el municipio. Un abrazo para don Lico y sus familiares y que viva mil años más. La segunda buena noticia que trae el chuan nos dice que la maestra Samira de los Santos continúa con su labor de rescate de muchos aspectos de la cultura coyuquense; las generaciones que vienen se lo agradecerán y las que están vigentes le reconocemos su entusiasmo y la de todo el equipo que coordina en la fundación Patrimonio y Cultura Coyuca de Benítez A.C.   Zapata 21 es una dirección de bellos recuerdos.

E-mail: correochuan@hotmail.com

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