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Las palmeras, su feria

  • Publishedabril 21, 2016

Zapata 21

Octavio Augusto Navarrete Gorjón

 

A la memoria de don Lico Herrera, coprero de más de un siglo

 

I

Las palmeras no son originarias del estado de Guerrero, las trajeron de Filipinas a mediados del siglo XIX. Fue don Juan Álvarez quien mandó al marino Francisco Cadena por los primeros cocoteros secos para instalar un almácigo (pachol, para que se entienda) en la Isla Grande, predio que había sido propiedad de la familia de doña Faustina Benítez y que después pasó a ser de Juan Álvarez; el benemérito de la patria aplicó en este caso un popular adagio que hasta ahora subsiste: ‘mía la vaca, míos los becerros’. La Isla Grande es lo que ahora se conoce como la Huerta Grande, la tierra más fértil de Coyuca de Benítez, enclavada en el delta de nuestro hermoso río.

Juan Álvarez se emocionaba con las narraciones de Francisco Cadena, que había llegado de Filipinas en el Galeón de Manila y que, como muchos asiáticos, contaba maravillas de la palmera y sus productos. ‘Quien tiene una palma no se enferma’ afirmaba con tanto énfasis que el patricio se convenció que valdría la pena una expedición para traer la fruta.  Los primeros filipinos que llegaron a la región también sabían de las virtudes de las palmeras, pero la vida azarosa que llevaron no les permitió siquiera pensar en la posibilidad de ir por algunos frutos. Tanto don José Martha Zúñiga como la familia Guinto y Balanzar que llegaron a instalarse en lo que ahora es El Bejuco, tenían mucho trabajo en domar a la manigua y arrancarle a la feraz naturaleza algunos espacios para vivir. Fue hasta que hubo un poco de estabilidad y la voluntad férrea de don Juan Álvarez que se pudo realizar la expedición científica de Francisco Cadena a su tierra original.

II

La Isla Grande estaba sembrada de palmeras en su totalidad, pero su producción se consumía como fruto, nadie más sembró palmeras. Los motivos son conocidos: después del reparto de tierras que realizó Diego Álvarez en 1870, la inmensa mayoría del territorio municipal quedó en manos de tres familias: Don Santiago Gómez en mayor medida y Juan Pablo Aguirre y don Nicolás Garay, que se quedaron con las tierras más fértiles; don Juan Pablo con el predio que después sería de su hija Margarita Aguirre, esposa del gringo Sam Kirt, que trajo a Coyuca el primer tractor con llantas de hule en 1950 (en 1941 llegó por la vía de El Embarcadero el primer tractor al municipio, era del empleado federal Pedro Domínguez; cuando se hizo la carretera nacional quedó por el rumbo de Cahuatitán, de donde ya nunca salió por un pequeño inconveniente: no podía atravesar la vía federal porque el aparato ¡Tenía ruedas de acero!. Don Pedrito, como se le conoció popularmente venía de Chihuahua y en sus tiempos mozos se le escapó a Pancho Villa, que lo llevaba a fusilar; es el esposo de doña Claudia Flores, padre de Pelli Domínguez, de Javier, de Irma, de Nancy y de Yolanda).  Disculpe el lector la larga digresión, continuemos.  El predio de don Nicolás Garay le quedó como pequeña propiedad a su hijo Pablo Garay, es lo que ahora se conoce como la huerta de don Amador Hinojosa, que vino de Jalisco y que instaló ahí la gigantesca granja de puercos que tuvo. La Isla Grande fue adquirida por el gringo Roger, que habitaba una hacienda en lo que ahora es Barrio Nuevo; cuando estalló la revolución Timoteo Marín se levantó en armas y lo mató. Eran amigos, el diálogo que establecieron antes del crimen es verdaderamente patético:

–          ¿Por qué querer matarme Timoteo? Somos amigos y tengo mucho dinero para ti, aquí y en Estados Unidos.

–          Es que va a estallar una revolución muy grande y nosotros vamos a empezar contigo. No es cosa mía, es la revolución que viene; contigo nos enseñaremos a matar.

El gringo ‘Royer’ quiso correr y fue abatido por la espalda. Es perfectamente explicable esa conducta bárbara de los lugareños, todo el siglo XIX se la habían pasado peleando contra los intrusos y explotadores, de preferencia extranjeros. Si iba a estallar una revolución (la de 1910) era lógico que empezara contra los intrusos, más si eran ricos como ‘Royer’, que compraba algodón, cacao, arroz, maíz y ajonjolí y que cobraba impuestos a los que vivían de Pénjamo hasta lo que ahora es Carrizal. Toda la cultura popular de ese tiempo estaba permeada por el rechazo a los extraños, cuya llegada se interpretaba como un intento de explotarnos; era la forma de defendernos de muchos extranjeros que quisieron aprovecharse de nuestra debilidad embrionaria como nación. El caso del gringo no fue el único; en Coyuca mataron al español Facundo Blanco, que era dueño de la primera tienda grande, también a don Santiago Gómez, al que hicieron caminar sobres brasas ardientes con los pies desollados. Si don Nicolás Garay no se va de Coyuca también lo hubieran asesinado, ya traía muchos problemas con los nueve hijos que procreó con la negra Paula Fajardo, instalando en la región el primer mestizaje blanco peninsular-negro.

Fue hasta mediados del siglo XX que la actitud huraña de los coyuquenses comenzó a matizarse, cuando aceptaron a los montañeses; hombres y mujeres que instalaban pequeños negocios y que en su gran mayoría venían de la Montaña Guerrerense.  De allá vinieron, entre otros, don Ubaldo García, don Sadot Moreno y don Tobías Rodríguez; la gente los aceptó porque eran como ellos: pobres y trabajadores.  Esa emigración tuvo la sabiduría de saber vincularse al entorno, de promover la religión católica y de no hacer ostentación de lo poco o mucho que tenían; a algunos sólo les conocimos una camisa.  Seguramente tuvo que ver en ello la terminación de la carretera nacional y del puente de mampostería; pero hasta antes se necesitaba mucho valor para convivir con los valientes costeños.

       III

Regresemos. La única plantación de palmeras estaba en la Isla Grande.  Cuando se produce el reparto agrario cardenista en 1936 la cosa comienza a cambiar; como a los campesinos ya los habían engañado en el reparto anterior en el cual ni siquiera llegaron a conocer sus predios, que les fueron comprados por don Santiago Gómez, don Nicolás Garay y por la familia Aguirre a precio de despojo. Para expresarlo mejor: como ya los habían hecho pendejos, no quisieron que les volvieran a tomar el pelo; decidieron entonces sembrar sus predios de palmeras para que cuando menos se conocieran sus huertas, ya que en la dotación de Diego Álvarez ni siquiera tuvieron acceso a ver los planos de las tierras repartidas.

La siembra de la palmera fue un acto supremo de soberanía popular, de amor a la tierra y al trabajo; hay que desterrar la idea equivocada de que las palmeras convirtieron a los costeños en personas flojas.  Las palmeras que se sembraron (toda la semilla salió de la Isla Grande, que es nuestra Huerta Madre) requirieron ser regadas durante siete temporadas de sequías; siete largos años donde el riego se hacía en la cabeza las mujeres con una cubeta y los hombres con dos en palanca de guayabo (concedamos: en palanca de cualquier madera; no sé por qué siempre que digo palo pienso en un guayabo).  Sólo para contextualizar recordemos que en ese tiempo no había ni electricidad ni tanta bomba de gasolina como hoy.

Aparte de regarlas, las palmeras requerían otras tareas culturales como limpiarlas y reponer las cercas que se dañaban por los constantes ciclones.  También para contextualizar digamos que ese poema al trabajo se realizó sin un solo apoyo de los gobiernos de entonces.  No es que no los hubiera; en ese mismo periodo los ingenios azucareros de Puebla y Veracruz, los arroceros de Morelos y la siembra masiva de plantaciones de plátano en Tabasco contaron con carretadas de subsidio para poder llevarse a cabo.  La caña se cultiva al año, igual que el plátano; el arroz a los tres meses; el esfuerzo mayor fue el inmenso trabajo de los costeños, que durante siete años cultivaban sus palmeras cuando ni siquiera tenían asegurada la venta de sus frutos.  Hay que decirlo con todas sus letras porque constituye una gran injusticia: la siembra y el cultivo de cocoteros no contó con un solo peso de apoyo de los gobiernos de ese tiempo.   Por eso comete grave error quien diga que los costeños somos flojos ¿Qué flojo va a trabajar siete años de gratis sin tener siquiera asegurada la venta de su producto?  Sólo hay que ver el mar de palmeras que cubre el valle de Coyuca para sopesar las enormes cargas de trabajo que soportaron nuestros mayores.  No debemos denigrarnos, hay mucha obra humana que habla del trabajo de los costeños ¿O los inmensos hoteles de Acapulco los construyeron los marcianos? ¿Ellos hicieron la mezcla y la subieron bajo el sol ardiente para hacer los pisos que tienen?  No, fueron los trabajadores guerrerenses que llegaban de costa grande, costa chica, la montaña y tierra caliente.  Claro que hay uno que otro que prefiere vivir del esfuerzo ajeno; son los menos y existen en toda sociedad.

El cultivo de la palmera fue un acto liberador. El algodón que surtía las fábricas de Aguas Blancas y el Ticuí se cultivaba en tierras ajenas, propiedad de la misma compañía que era dueña de las factorías: Alzuyeta & Fernández y Cia.  Con las palmeras se instaló en el imaginario popular el derecho de propiedad, se alentó el amor a la tierra y al trabajo y a la posibilidad de descansar, superarse y divertirse. Las fastuosas fiestas del siglo pasado y la orquesta de los Hermanos Chinos no hubieran sido posibles sin la existencia de ese fruto, tampoco el gran esfuerzo que hicieron muchas familias para enviar a sus hijos a estudiar a otras tierras; nuestras primeras camadas de profesionistas tuvieron en la venta de la copra su apoyo principal.   Si alguien quiere ver sólo el maná que de pronto vino, bien haría en imaginar siquiera un segundo el gigantesco esfuerzo de nuestros mayores.

Las palmeras transformaron la región, que pasó de producir algodón (siempre ajeno) a producir coco (siempre nuestro). Cuando cerró definitivamente la fábrica textil de Aguas Blancas, el 12 de junio de 1952, ya no se cultivaba algodón ni para una torunda.  De hecho el accidente donde muere don Elías Anán se produjo cuando regresaba de hacer un pedido de materia prima para las fábricas de Aguas Blancas y el Ticuí. La palmera entusiasmó a los costeños, que quisieron industrializar su producción y agregarle valor; sin embargo fueron reprimidos las dos ocasiones en que participaron masivamente en política: primero con una sociedad mercantil que dirigió el profesor Florencio Encarnación Urzúa a mediados de los 50’, después en un intento de elegir libremente a sus líderes, a finales de los 60’.  Una fecha quedó grabada a fuego entre los copreros guerrerenses: el 20 de agosto de 1967, en que fueron citados en su edificio de la calle Ejido en Acapulco sólo para ser cobardemente atacados por bandas de pistoleros, a plena luz del día y con la complacencia de las autoridades.

IV

En la épóca de la copra como principal producto la mayoría de políticos y presidentes municipales provenía de esa actividad productiva. En Espinalillo se tuvo desde finales de los años 30’ hasta principios de los 70’ del siglo pasado la más grande compradora de copra. Su dueño fue don Candelario Ríos Campos, hombre que era casi analfabeto, pero que al ser el velador de la bodega algodonera del gringo Roger y el huertero de la Huerta Grande, se quedó con todas sus propiedades cuando aquel murió. Tuvo una extraordinaria habilidad para los negocios y se rodeó de un equipo de secretarios y contadores que le hacían las cuentas de sus operaciones de compraventa y que nunca se aprovecharon de la rusticidad de don Cande; uno de esos empleados del comercio fue don Pedro Galeana Madero, el hombre que había matado al lagarto que se comió a Polo Marín en 1927, padre de Humberto Galeana Campos, trombonista de los Hermanos Chinos que todavía domina el bello arte de la música.

Don Cande fue un hombre altruísta, que donó terrenos para construir prácticamente todo el sistema educativo de los barrios y financió la construcción de escuelas y la iglesia del pueblo. (Aquí el cronista quiere hacer una digresión y aprovechar el recurso del paréntesis después del punto y seguido: en las investigaciones que he realizado algunas personas me han dicho que el dinero para la obra social que realizó don Cande era de su bolsillo; otros me han aclarado que lo descontaba de cada carga de copra que recibía.  Como no he podido saber cuál de estas versiones es la correcta sólo las registro sin emitir opinión al respecto). En 1955 lo convencen de participar en política y ocupa la presidencia municipal durante un breve interinato. La política no era lo suyo y se aburría haciéndole caso a personas que tal vez no tenían tanto dinero como él pero ante las cuales aparecía como un verdadero ignorante en materia de política y administración.  Se fue a Espinalillo y regresó a lo suyo: la compraventa de copra.  Cuando murió no sólo era el principal acaparador en la costa grande, sino el mayor prestamista en todo el estado de Guerrero.  Sólo uno de sus hijos heredó la habilidad para los negocios, también la empresa de comprar y vender copra: Lucío Ríos, que construyó en esa época el edificio Espinalillo en una cuadra completa del centro de Acapulco.

El auge coprero sustituyó ventajosamente al auge provocado por la fábrica de hilados y tejidos de Aguas Blancas.  Para empezar la riqueza comenzó a repartirse más equitativamente; muchos hijos de copreros se convertían en profesionistas, logrando una movilidad social mayor y la aparición de una pujante clase media que ya no necesitaba de riqueza para sobresalir sino de cultura y de tener una profesión.

Al final de la década de los 50’comienzan a surgir amenazas sobre ese consenso.  La copra se había beneficiado de la coyuntura de la segunda guerra mundial y el auge de la posguerra, pero su precio se desploma al terminar la guerra de Corea en 1954. Los copreros ven disminuidos sus ingresos por la venta de su producto y comienzan a organizarse.

A partir de allí los copreros se convierten en los principales protagonistas de la historia.  El gobernador Alejandro Gómez Maganda trató de imponer un gravamen de diez pesos por palmera (chistosos los gobiernos, no apoyaron a los campesinos cuando tapizaron de palma la costa grande, pero en cuanto vieron el tamaño de su riqueza los quisieron esquilmar). El impuesto se echó abajo tras largas movilizaciones campesinas encabezadas por el profesor Florencio Encarnación Urzúa, pero el nuevo gobernador Raúl Caballero Aburto instituyó otro gravamen por tonelada de coco en la huerta.  Impuesto a primera compra, se le llamó; ahora no sólo era el coco; también el ajonjolí, el maíz y el frijol pagarían el impuesto correspondiente.  Con la caída del general Caballero Aburto de la gubernatura en 1961, regresó la paz de los copreros.

En marzo de 1975, a unos días de que el ingeniero Rubén Figueroa Figueroa iniciara su mandato, se creó la Impulsora Guerrerense del Cocotero, para intervenir directamente en la producción, comercialización e industrialización de la copra.  Un año después, las plantas aceiteras de Coyuca y San Jerónimo producían más de cinco mil toneladas de aceite crudo y más de tres mil toneladas de pasta para fabricar alimentos pecuarios.  Dos años después, en 1978, se industrializaba casi el 60 por ciento de la copra producida a nivel estatal, contando la impulsora con varios centros receptores de copra y diez fábricas procesadoras de varios subproductos en toda la costa grande.  En Coyuca de Benítez se lograron procesar doscientas toneladas de copra por día.

Cuando se creó la Impulsora Guerrerense del Cocotero se fijó un precio de garantía de 5 500 pesos por tonelada de copra; en 1979, dicho precio se había elevado a 11 300 peos; es decir, más del doble del precio original.  Para impulsar la transformación del producto principal en Guerrero, el gobierno fijó un impuesto especial de 2 mil 650 pesos por tonelada, que gravaba las operaciones de compraventa de la copra y para inhibir la salida del coco en fruta de la región.  A pesar de ello, muchos campesinos vendían a los intermediarios a 8 mil 500 pesos la tonelada, sobre todo por la liquidez que tenían los compradores y por las ingentes necesidades de efectivo de los copreros.

Eran los tiempos del ingeniero Rubén Figueroa Figueroa como gobernador.  La contrainsurgencia era la que mandaba las políticas oficiales y tardíamente el gobierno se percataba de que la lucha de los copreros por industrializar sus productos y agregarles valor era lo más correcto.  Desde la matanza de 1967 y hasta 1974 los copreros volvieron a estar a merced de los acaparadores; a finales de ese año, el gobierno resolvió encargarse de la compra de copra a un precio de garantía a través del Banco Nacional de Crédito Rural. Sin embargo, la burocracia existente en este tipo de instituciones, los excesivos requisitos y las necesidades apremiantes de los campesinos que hacían que vendieran su producto ‘al tiempo’, hizo que sólo una mínima parte de la copra producida fuera comprada por el banco.

A finales de 1980 se registró el derrumbe de los precios internacionales del coco y la producción interna se desplomó; pasando de 90 mil toneladas anuales a sólo 40 mil.  Las aguas volvieron a agitarse por un breve momento, la Confederación Nacional Campesina hizo un intento por reorganizar a los copreros en 1981, pero sólo quedó en eso; los copreros seguían teniendo muy presentes los tristes resultados de sus anteriores intentos de organización, que habían terminado siempre a golpes de mano o con la terrible matanza de 1967.

A principios de 1981, debido a la agitación campesina que comenzaba a reactivarse, el gobierno federal dispuso que fuera la Comisión Nacional de Subsistencias Populares la que se encargara de captar la producción coprera.  Con esa medida los precios se volvieron a elevar, alcanzado los 16 000 pesos por tonelada.  En el año de 1982 la producción coprera era de 90 por ciento de copra y aceite y 10 por ciento de coco en fruta. Comenzaba una diversificación del mercado y la industria de la confitería y cremas para alimentos desplazaba los usos tradiciones de aceite para jabón. También los destinatarios estaban cambiando, un gran porcentaje de la producción lo captaban la Anderson Clayton y la Procter and Gamble.  La Polar, La Especial y otros consumidores tradicionales de copra y aceite seguían vigentes, pero cada día era menor su peso en el mercado global del producto.

V

Como toda actividad productiva principal de una región, las palmeras requerían convalidar su importancia estratégica en una fiesta; fue así como surgió en los años 50’ del siglo pasado la ‘Feria de las Palmeras’ (así, en plural, tal vez para reivindicar también el carácter colectivo de la misma).  La idea original fue de don Josafat Leyva Aguirre, coprero que pertenece a la generación de don Néstor Guinto Balanzar, don Silvino Chavelas, don Cayito Díaz y de don Julio Berdeja Guzmán, entre otros.  Al principio se trató de una sencilla fiesta campesina donde aparte de divertirse y convivir, los copreros se reunían para discutir los problemas del cultivo, hacer peticiones a las autoridades y trazar un programa de trabajo para el siguiente año. El gobierno siempre mandó representantes de primer nivel a esta fiesta y los apoyos comenzaron a llegar; los copreros pedían precio de garantía, bordos para disminuir el golpe de las inundaciones, impedir la compra de sebo de res que competía deslealmente con la grasa vegetal de la copra, dotación de alambres para cercar, seguro médico para los trabajadores del campo y créditos de avío para las cosechas. También había Reina de la Palmera, pero el concurso y la coronación no eran el tema principal de la feria; esa festividad campesina era ajena a la frivolidad y los fuegos fatuos.

Después de la cruel matanza de campesinos copreros en Acapulco la feria se suspendió durante algunos años y fue hasta la década de los 90’ del siglo pasado en que se volvió a instituir, ahora con el nombre en singular: Feria de la Palmera.  Fue muy difícil que se hiciera por tercer año consecutivo, pero se logró, con ello pudo ser registrada en el catálogo nacional de ferias regionales, con todo el impacto económico y social que ello implica. Actualmente se ha modificado el carácter con el que se inició; de hecho ha habido ferias en donde ni siquiera se habla del producto, de los problemas que tiene y la gran tradición regional que representa. El actual presidente municipal Javier Escobar Parra y otr@s funcionari@s municipales le informaron a este cronista que en las festividades que están en la víspera se intentará regresar al carácter original: productivo, democrático, solidario y culturalmente sano que tuvo en sus inicios. Hay que apoyar este intento y hacer votos porque así ocurra.

  VI

El cocotero se parece a muchos políticos mexicanos, cada vez se le encuentran más propiedades.  Aparte de la copra en su variante de pasta, que es fundamental para la fabricación de alimentos balanceados para ganado, el coco se utiliza en perfumería, confitería, de su aceite se extraen varios derivados, entre ellos uno que utilizan para la fabricación de leche de vaca hechiza, que combinado con la lactosa deriva en varias leches comerciales enlatadas. Si puede pruebe uno de esos productos y quédese con un poco en los labios; percibirá con mucha nitidez el inconfundible saber del coco.  De su aceite se extrae una de las variantes más fina del diésel en el municipio de Benito Juárez (San Jerónimo), también puede usarse como lubricante y combinado con el aceite de la marañona (nuez de la India) se obtiene el aceite más caro del mercado: el que se usa en la lubricación de los motores de avión.  Las fibras cortas de su bonote son el mejor sustrato para jardinería, mientras que las largas se usan en la fabricación de asientos de carros y de oficinas. De la parte dura de la concha se obtiene el carbón activado. En la perfumería se utiliza como extensor y fijador de aromas, en la confitería como ingrediente básico de la crema que se usa para decorar pasteles. En la industria alimenticia tiene un uso muy extendido como decorador de platillos en su variante de pulpa deshebrada.  En la jabonera como aromatizante y sustituto ventajoso del sebo de res y también del silicato en las veladoras.

El coco tiene veinte por ciento de proteína cruda, el mismo porcentaje que tiene el frijol negro, la mitad de la proteína que contiene la soya sin los inconvenientes de ésta, que tiene mucha antitripsina, que la hace de muy difícil cocimiento y digestión. Tiene el veinte por ciento de fibra cruda; la acción combinada de la fibra y la grasa vegetal hace que sea un poderoso laxante y desparasitante. El único inconveniente de la pulpa de coco como alimento es que contiene la única grasa polinsaturada de origen vegetal; comer una porción de coco seco equivale a comer un chicharrón de puerco del mismo tamaño.

Los avances científicos y las investigaciones en torno a las palmeras y sus derivados le dio sustento a la afirmación que le decían al oído a Juan Álvarez en el sentido de que quien tiene una palmera no se enferma; hoy sabemos que el agua de coco es el alimento que logra la mayor reproducción de plaquetas en el organismo, substancias que son las que definen todo el sistema inmunológico del ser humano, por eso la recomiendan en casos de dengue y chikunkunya. Además, la pulpa de coco contiene todos los aminoácidos esenciales, cuya combinación crea las proteínas; contiene también la mejor combinación de los llamados ‘minerales traza’ (zinc, carbono, cobre, potasio, cobalto y litio, si no mal recuerdo), que reciben ese nombre porque se encargan de ‘alinear’ a todos los otros minerales; tal vez esa propiedad se deba a que después del Nin, que tiene una raíz de siete veces su tamaño, la palma de coco tiene raíces del doble de su tamaño; son, junto con el caimito, los árboles que tienen sus raíces más profundas. Un buen laboratorio nuclear puede saber qué minerales hay en el subsuelo con sólo analizar un pedazo de corteza de caimito.

El agua de coco sirve como suero oral o bien inyectado; los marinos gringos que se extraviaron en el archipiélago japonés después de la segunda guerra mundial lo usaron como suero intravenoso con gran éxito. Ningún laboratorio del mundo ha logrado realizar la compleja combinación cloruro de sodio-glucosa que tiene el agua de coco; por eso es muy buena como suero y como medio de cultivo. La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla tiene registrada una patente que le regaló el doctor Arquímedes Morales Carranza, ex rector de la UAG, producto de su trabajo como investigador en la segunda ocasión que este prestigiado académico guerrerense presidió la Sociedad Mexicana de Microbiología; se trata de un medio de cultivo para gérmenes y bacterias basado esencialmente en agua de coco. El de la pluma le regaló a la UAGro una investigación para utilizarla como extensor del semen de puerco, experimento que llevé a cabo en mi granja y que han continuado los investigadores de la universidad, que la han profundizado al utilizarla también como medio de cultivo de los embriones que se implantan en las vacas; la UAGro está a punto de obtener por esta vía su primera patente. (Aprovecho para una digresión y un paréntesis después del punto y seguido, que algún día este cronista patentará. En esta investigación lo único que hice fue preguntar qué contenía la substancia que pagábamos en dólares como extensor; ‘sal, glucosa y proteína de fácil digestión para que se alimenten los espermatozoides mientras esperan la inseminación’; inmediatamente pensé: ‘agua de coco y clara de huevo’. La cosa salió bien, en ese medio los espermatozoides pueden vivir hasta siete días; ningún laboratorio ha logrado que vivan más de cuatro con los extensores convencionales. Aquí también seguí la vieja conseja popular según la cual ingerir cocos de media cuchara es bueno para hacer chamacos).

VII

En los tiempos que corren, de globalización y libre mercado, el cultivo del coco en su forma tradicional está amenazado. Para empezar pronto será impropia la afirmación ‘campesinos copreros’; la venta del coco en fruta (jimado) está desplazando rápidamente a la venta en copra.  Tiene varias ventajas como son el ahorro de trabajo o de jornales y el precio, que en fruta siempre termina siendo mejor que en pulpa.  Esa tendencia, que podríamos llamar ‘natural’ está siendo aprovechada para hacer una verdadera agresión contra las palmeras.  Muchas personas cortan cocos tiernos para venderlos como frutas al turismo; en temporadas vacacionales en Acapulco hay muchos puestos informales donde se abren los cocos y se le venden a los turistas.  Esa tendencia se ha visto reforzada por las recomendaciones médicas de consumir agua de coco en casos de dengue y chikunkunyia debido a su acción de fortalecimiento de las plaquetas en el organismo.  La inmensa mayoría de cocos tiernos que se venden como fruta son robados; todos los copreros saben que cortar cocos tiernos daña a la palma, que empieza a disminuir su producción, a dar frutos más pequeños y a languidecer hasta que muere.  No compre coco tierno, cuando tenga sed piense en las palmeras que se dañan por esta práctica lamentable originada por la pobreza extrema de muchas personas.

El cuadro se completa con una verdadera devastación de las plantaciones de palma para obtener madera y palapa para la construcción de casas, muebles y cabañas.  Como en las partes altas se han agotado las fuentes maderables (por una política ecocida de talamontes y personas que no tienen empleo permanente) los que tienen necesidad de madera han vuelto los ojos a la palmera, que está siendo prácticamente aniquilada.  En 1970 había cien mil palmeras en el municipio de Coyuca de Benítez; hoy sólo hay 74 mil.  Más de una cuarta parte se ha cortado sin reponerse en un proceso destructivo que ha sido particularmente grave en lo que va del siglo XXI.  El número de palmeras que quedó es un número mágico: equivale a la misma cantidad de habitantes que tiene Coyuca según el censo del año 2010.  Que cada coyuquense adopte una palma y que la cuide.

Tal vez ha llegado la hora de reponer nuestras plantaciones, que llevan casi un siglo aportando riqueza, bienestar y salud a los costeños.  Pero hay que hacerlo con cuidado; la variedad que trajo don Francisco Cadena de Filipinas es el Gigante Malayo, de gran altura y resistente a las enfermedades.  Hace veinte años el amarillamiento letal terminó con las palmeras de Tabasco, Campeche, Chiapas y Colima.  Cuando la enfermedad estaba en Chiapas el gobierno federal y estatal hicieron una mezcla millonaria de recursos (diez mil millones, si no mal recuerdo) para enfrentar la emergencia en Guerrero, el mayor productor de coco a nivel nacional.  Las malas predicciones fallaron y el Gigante Malayo no sufrió por esa plaga; hasta el día de hoy los técnicos rurales del gobierno se devanan el cerebro investigando por qué la enfermedad no prosperó en Guerrero.  La explicación es sencilla: en Tabasco, Campeche y Colima debajo de la palma hay cultivos intensivos de otras especies que son fertilizadas con abonos químicos; es decir, venenos.  Lo que ocurrió en esos estados fue un proceso de agotamiento de suelos que estresaron a la palma y la volvieron vulnerable al picudo negro, que es el nombre que hoy recibe el animalito que antes se conocía como mayate prieto (no me pregunten en el periodo de qué gobernador se le cambió el nombre al rondoncito).  Por esas épocas comenzó a modificarse el concepto de agricultura y los técnicos comenzaron a llamar ‘buenaza’ a lo que antes se conocía como maleza.  Como en Guerrero fueron una excepción los cultivos bajo la sombra de las palmeras, los suelos se conservaron con todos sus nutrientes y el picudo negro no le hizo ni cosquillas al Gigante Malayo.  (Otro paréntesis después del punto y seguido; tampoco me pregunten qué fue de la mezcla de recursos que había para enfrentar el amarillamiento letal; se lo chingaron los políticos, como siempre).

Hay que preservar, ampliar y mejorar el cultivo de palma.  Cada palmera produce dos toneladas diarias de oxígeno; el día que no haya palmeras el clima en la costa grande será inhóspito.  También hay que combatir sus plagas; los principales depredadores de la palma siempre han sido los humanos: antes eran los acaparadores, hoy es la gente que las corta sin reponerlas y los que les cortan cocos tiernos.  Para ello hay que asesorarse por los que saben; una de mis ilusiones ha sido visitar la Universidad de La Palma, en Filipinas o Indonesia; es una institución que tiene varias carreras universitarias, desde ciencias de la tierra hasta ingeniería de alimentos; todas estudian a la palmera y sus productos.  En Asia se obtienen cientos de productos de la palmera y antes de que termine su vida útil es sembrada su reemplazo.  La mayor productividad de las palmas se obtiene en Viet Nam, donde se siembran a cuatro metros de distancia, no a siete, como en la costa grande.  Tiene una explicación: los sembradíos mexicanos dejaron espacio para que pasara el tractor norteamericano, los de Viet Nam también dejaron espacio para sus tractores, pero ellos usan el tractor chino, que es como una carretilla grande en donde el que maneja el aparato camina atrás de él, no va sentado arriba.

Concluyó este ensayo cuando ocurre una más de las cosas que no esperábamos, la madrugada del 9 de marzo el cielo se nos vino encima en una tempestad que comenzó dos días antes en la sierra.  Será inclemente con el mango, que no habrá este año porque prácticamente toda la floración se caerá.  Este año tampoco habrá café en el municipio, en Las Compuertas no queda una sola planta y en la Yerbasantita y Pueblo Viejo están cayendo las últimas.  La roya las abatió sin remedio. Es hora de valorar a nuestras palmeras, nos han acompañado un siglo y siguen indemnes a ciclones y plagas (y también a nuestra desidia); es la única riqueza natural que nos queda. Nadie nos las regaló, son producto del esfuerzo de las generaciones anteriores que soñaron con un futuro mejor para sus hijos. Hagamos honor a ese esfuerzo cuidando uno de los pocos bosques que permite cultivar bajo su sombra y que nos regala diariamente millones de toneladas de oxígeno; es decir, de vida.

 

CORREO CHUAN

Dos Zapatazos en lugar de uno, también dos correo chuan, al que se le olvidó escribir que las palmeras, igual que los guerrerenses, son los árboles más valientes del mundo (duermen con el coco). Por eso hay que cuidar e incentivar un cultivo cuya vigencia representa lo mejor que los costeños hemos realizado en un siglo. También dice el chuan que la primera eliminatoria para Reina de la Palmera se realizó en forma decorosa: Edmon Torres mantuvo un buen nivel en la conducción e impidió algo muy común en este tipo de eventos: que se conviertan en un concurso de carne y lascivia. El trato educado a las señoritas participantes es de agradecerse. También estuvo muy bien la selección musical; ignoro quien la hizo pero privó el buen gusto; pude distinguir algunos fragmentos de Río Amarillo, Dejé mi corazón en San Francisco y El ganador se lo lleva todo. La versión tropical no podía faltar y se escogió la samba Brasil, de exquisita manufactura. Las expresiones de varias candidatas fueron insulsas, pero hubo tres que salvaron el tema al hablar del trabajo productivo y de lo que las palmeras representan para los costeños. Los vestidos estilizados una verdadera genialidad; tal vez con la excepción de la candidata que llevaba una falda baja simulando los conos que forman las raíces de la palma; el artilugio le impidió subir el escalón de regreso del estrado y cuando el chambelán le ayudó a hacerlo, levantándole la falda, se produjo uno de los pocos momentos chuscos que tuvo el certamen. La nota más agradable fue el comportamiento de las porras y el contagioso entusiasmo de los familiares, amigos y partidarios de las participantes.

Lo que no estuvo nada bien fue escoger las capillas de las comunidades como locaciones de algunas candidatas; me imagino que esa decisión se produjo por la falta de atractivos arquitectónicos en algunos pueblos. Fue un error, en todos esos pueblos hay bellas casas de adobe que pudieron ser utilizadas, o canchas techadas o la comisaría de los Bajos del Ejido (o incluso optar por locaciones naturales, con palmeras). No estamos en contra de que se presenten espectáculos en las iglesias; al contrario, hay que aprovechar la acústica de las cúpulas para conciertos de guitarra, de conjuntos de cuerdas, de grupos corales o de orquestas y cantantes serios. Siempre ha sido así, Joan Sebastián Bach nunca tocó fuera de una iglesia o catedral; de esa tradición viene la expresión ‘cantar a capela’; es decir, ‘cantar en capilla’; porque en las capillas no había acompañamientos musicales ni coros, como en las catedrales. En todo concurso de belleza es inevitable la connotación sexual, cuando se produce en un lugar sacro la combinación resultante es de pésimo gusto. Tal vez quien escogió los sitios tradujo mal la recomendación que le hicieron en el sentido de que iglesias y capillas son lugares de recogimiento.  (El correo chuan se parece a los concursos de belleza: tiene muchas connotaciones sexuales). Zapata 21 es una dirección de bellos recuerdos.

 

E-mail: correochuan@hotmail.com

 

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