Zapata 21
Octavio Augusto Navarrete Gorjón
A la memoria del compañero Francisco Pacheco Beltrán, periodista guerrerense abatido desde el poder.
I
Publicar un libro es parirlo. La tensión resultante muchas veces termina por llevarse al autor. Hay que decirlo de Alejo García Jiménez porque es un escritor guerrerense; coyuquense de Ocotillo, para mas señas. El autor murió a pocos días de ver publicada esta magna obra; eventos como éste deben ser al mismo tiempo que ocasión de análisis, debate y discusión, un bien merecido homenaje a su autor. En un estado como Guerrero, donde todavía existen muy altos índices de analfabetismo, es doblemente penoso que mueran los que escriben libros. Sin embargo es bastante común que ocurra que la publicación de textos coincida con la muerte de los autores. Tenemos el caso de Jorge Salvador Aguilar, de Renato Ravelo Lecuona y del autor del libro que hoy nos convoca, el profesor Alejo García Jiménez.
Jorge Salvador Aguilar murió cuando revisaba su obra mayor, El príncipe de Florencia, que es una biografía intelectual del primer politólogo del mundo moderno: Nicolás Maquiavelo. Llamo la atención sobre el hecho de que un escritor de cuna humilde, nacido en La Calera, un pueblito del municipio de Zirándaro, haya podido realizar una de las más impecables biografías de Maquiavelo. Él admiraba mucho al pensador italiano, tanto que su primer seudónimo como articulista fue Maquiavelo; su cuenta de correo electrónico era maquiaveloyalgo@hotmail.com.
Por su parte Renato Ravelo Lecuona expresa en su novela Historia de Juan, que es una biografía de Juan Ranulfo Escudero Reguera, líder del Partido Obrero Acapulqueño (POA) en los años 20’ del siglo pasado, dos veces presidente municipal de Acapulco, que ‘una gran prisa tenían los hermanos Escudero cuando fueron tomados prisioneros’. Siempre puse en duda esa expresión; los Escudero estaban tranquilos, confiados en la promesa que un religioso le había hecho a su madre en el sentido de que los militares que los tomaron prisioneros respetarían su vida. La gran premura que narra Renato Ravelo en ese pasaje era su propio nerviosismo; le acababan de diagnosticar un cáncer de estómago que lo acuciaba a terminar su obra. Por fortuna lo logró y con ello legó a las generaciones por venir la posibilidad de llevar al cine una de las mejores biografías de las que he tenido noticia. Tanta era su prisa por terminar la novela que logró un párrafo de ¡Sesenta cuartillas!. Es admirable cómo un escritor puede hilvanar miles de frases sin recurrir a un punto y aparte; lo logró José Revueltas, que tiene un libro completo de sesenta páginas: El Apando. Podríamos decir que Renato iguala la marca de Revueltas. Tal vez, o tal vez la supere; es cosa de revisar el número de caracteres que tiene cada página para saber quien logró el párrafo más largo en la historia de la literatura mexicana. El de Revueltas es todo el libro; cuando le preguntaron por qué no había puesto ningún punto y aparte, el autor de “Los muros de agua” respondió que la obra debería ser tan intensa que no le permitiera al lector tomar descanso, que la leyera en un solo aliento trágico desde que iniciara hasta que apareciera el punto final, el único que tiene el libro y el que rompe el encanto de una obra literaria tan breve como majestuosa. Hoy estamos reunidos para comentar la obra de un autor que murió días después de ver su libro impreso. Es el tercer autor guerrerense contemporáneo al que le ocurre esta eventualidad tan injusta. Ese es el contexto.
II
Dejemos el contexto y entremos en materia. “Guerrero y Álvarez” es la narración de la historia política y militar del periodo que va de la consumación de la independencia, en 1821, hasta la batalla de Texca, en 1830. Tiene razón el autor cuando nos dice que ese periodo es quizá más importante que la consumación formal de la independencia. En el periodo turbulento que cubre el libro hubo asonadas, proclamas, movilizaciones políticas y batallas militares que fueron dando sentido a la formación de nuestra nacionalidad. La ponderación de la batalla de Texca como importante no se basa en el hecho afortunado de que el autor, Alejo García Jiménez sea originario de esa microrregión que se forma a partir de Valle del río y La Providencia y termina en Ocotillo y Santa Rosa de Lima. En la batalla de Texca Juan Álvarez y los surianos derrotan definitivamente las intentonas de restauración autoritaria, haciendo morder el polvo al general José Gabriel de Armijo, el más prestigiado estratega militar de las fuerzas reaccionarias; el mismo que persiguió con saña a Vicente Guerrero hasta casi exterminar la pequeña llama de libertad que representaba después de la muerte de don Miguel Hidalgo y de José María Morelos y Pavón. También persiguió a Hermenegildo Galeana hasta darle muerte en Los Cimientos, Coyuca de Benítez. Ni qué decir de las dos largas campañas militares que dirigió contra Pedro Ascencio Alquisiras en la región centro y la costa chica de lo que hoy es Guerrero. Acuciado por el Virrey Juan O’Donojú para terminar pronto con Ascencio Alquisiras, Armijo le dice en su respuesta: ‘he logrado penetrar a su ejército y mantengo permanente seguimiento de los lugares por donde pasa o pasará, pero el jefe de ellos pasa lista tres veces en la noche y en cuanto detecta que un indio desertó cambia de campamento y se va a otro lugar”. José Gabriel de Armijo fue relevado del mando de la campaña contra Pedro Ascencio Alquisiras; en su lugar fue enviado Agustín de Iturbide que corrió con peor suerte: el guerrillero suriano destrozó a su ejército, lo tuvo sitiado varios días y estuvo a punto de tomarlo prisionero. Fue de esa experiencia que Iturbide comenzó a fraguar un acuerdo para pacificar el Sur mediante un armisticio que incluyera a Vicente Guerrero; se había dado cuenta que nunca hubieran podido derrotar en esta región a caudillos como Guerrero, como Pedro Ascencio Alquisiras y como Juan Álvarez. Fue de esas derrotas militares que comenzó a fraguar la independencia en la iglesia de La Profesa, donde estaba incluso como conspirador el Virrey Juan O’Donojú, que llegaba a las citas vestido de monja. Para Coyuca esta batalla es también importante por el hecho de que en ella participó como combatiente por primera vez al lado de su padre el hijo de doña María Faustina Benítez, el más ilustre de los coyuquenses: Diego Álvarez Benítez.
El profesor Alejo García Jiménez muestra un gran oficio como escritor y analista, es admirable como se adentra en temas que van más allá de los lugares comunes y realiza una impresionante investigación de frontera. A la fecha sacralizada y al lugar común agrega un análisis escrupuloso sobre las coyunturas políticas y militares de aquel tiempo mexicano que permite fijar en el imaginario de quien lo lea una idea clara de lo que estaba ocurriendo, un concepto. El libro es un análisis exhaustivo y riguroso; es también un libro de texto y una proclama; tiene las características de todo libro histórico que quiera trascender.
III
Como todos ustedes saben, el fundador de la microhistoria mexicana es el maestro Luis González y González, que en su libro ‘Pueblo en vilo’, narra un levantamiento popular en el pequeño pueblo de San José de Gracia, en Michoacán. Después de él muchos historiadores se adentraron en el estudio más o menos exhaustivo de temas regionales. De esa forma, fueron rescatados del olvido personajes cuya sombra se había difuminado en el marco enorme de los contextos nacionales y mundiales. En Guerrero fue el caso de Juan Pablo Cuchillo, Pablo Cabañas y los hermanos Escudero, que todavía no terminan de salir del limbo donde los colocó la historiografía oficial.
El libro del maestro Alejo García Jiménez es por derecho propio un libro de microhistoria. El centro de ese libro es la gloriosa batalla de Texca, pero para llegar al climax de su narración antes da cuenta rigurosa de las condiciones nacionales e internacionales, de las contradicciones en que se debatía la patria mexicana, que no acababa de nacer como nación sino hasta la Constitución de 1824. El autor refiere con precisión de teodolito la frase afortunada del maestro tabasqueño Enrique González Pedrero, que dice de ese periodo que México, era ‘una sociedad en el fuego cruzado’. Después de analizar y tomar partido por los insurgentes, liberales y federalistas de esa época, el autor pasa a describir la batalla de Texca. Para ello se vale de los partes militares del general Nicolás Bravo, comandante en ese tiempo de la División del Sur, de los relatos de un joven que llegaría a ser uno de los más grandes novelistas mexicanos, el tixtleco Vicente Riva Palacio y Saldaña y de todo aquel que algo sabía acerca de esa memorable batalla.
Dijimos que es un libro de frontera. El conocimiento de frontera es aquel que va más allá de lo que hasta antes se tomaba como cierto o sabido. Alguien dirá: ‘pero todo eso ya lo sabíamos’; si, pero lo sabíamos en un sentido muy general, sin particularizar el hecho formidable de esa batalla y sin evaluar sus grandes repercusiones nacionales. Después de la batalla de Texca el usurpador Anastacio Bustamante no tendrá ninguna fuerza para defenderse de las proclamas y levantamientos que vienen detrás de ella. En historia ese es el conocimiento de frontera; no estamos ante las ciencias biológicas o físicas, que pueden recrear sus experimentos en el laboratorio; estamos ante un relato histórico donde lo que vale es la valoración exacta de lo que ocurrió en determinado momento del pasado. Eso es lo que hace el maestro García Jiménez, explicarnos pormenorizadamente por qué es importante esta batalla y por qué le da sentido a ese periodo de la historia. Su audacia como investigador y analista lleva al autor a mencionar la batalla de Chilpancingo, que tres meses después perdería Álvarez contra Bravo, pero al mismo tiempo explica el por qué esta batalla no es tan importante como la de Texca y hace un afortunado parangón: la de Loreto y Guadalupe en Puebla fue una batalla memorable y gloriosa; no importa que después los franceses hayan recuperado la ciudad; lo que importaba mucho en el devenir histórico era que el ejército francés, por primera vez en cien años, era derrotado en el campo de batalla.
De la batalla de Texca, el autor cierra con esta cita memorable:
“Los mexicanos y guerrerenses de hoy, tenemos que rescatar a Texca del olvido histórico y debemos mantener viva en la memoria colectiva de las nuevas generaciones aquella gloriosa batalla en la que se defendió la legalidad constitucional y la república federal surgida de la Constitución de 1824, esa república federal que para vergüenza nacional había destruido Bustamante. (…) Podemos afirmar que con aquella hazaña histórica de Texca se rescató el orgullo federalista, liberal y republicano, así como la esperanza de una vida digna de la nación, frente a la traición y la tradición de poder absoluto del espurio presidente Bustamante”. (pag. 200)
IV
En este libro nos reencontramos con una ideología vigorosa, que muestra su vigencia a pesar del desdén que muchos políticos sienten por ella. Se trata del nacionalismo revolucionario, doctrina que proviene de la revolución mexicana, pero que retoma las mejores tradiciones antimonárquicas, liberales, republicanas y federalistas que tiene el pueblo de México. Quizá para algunos esta ideología sea una antigualla, una pieza de museo; el profesor Alejo García Jiménez nos demuestra con este estudio que está más vigente que nunca y que es una herramienta fértil para aplicarla en el estudio de las ciencias sociales mexicanas, particularmente en la historiografía. Él utiliza a lo largo de todo su libro una frase que no es propia, la acuñó en 1980 el maestro Rolando Cordera Campos cuando tituló al libro que escribió junto con Carlos Schafer ‘La disputa por la nación’. A lo largo del libro, el maestro García Jiménez nos demuestra que la historia de México ha sido un largo proceso de disputa entre las fuerzas de la reacción, el conservadurismo y el centralismo contra las fuerzas del progreso, del liberalismo y el federalismo. Después de la revolución mexicana de 1910, dicha lucha se opacó al surgir el pacto social que se legalizó en la Constitución de 1917. Hay incluso un libro del maestro Jesús Reyes Heroles, ‘El liberalismo mexicano’, que resume de manera magistral la forma que le dieron los mexicanos a esa tradición, que a partir de entonces se llamó liberalismo social y que tenía uno de sus pilares en el Estado de Bienestar surgido de la revolución de hace un siglo.
V
El libro tiene 316 páginas y se imprimieron solamente 500 ejemplares. Son muy pocos; prácticamente se agotarán en las presentaciones. Como pronto tendremos una segunda edición, es conveniente que se corrijan unos cuantos errores ortotipógraficos; que son comunes en cualquier libro, hasta en El Quijote, pero que por ser este un material que se convertirá en lectura obligada a nivel de escuelas de educación media, preparatoria y superior, es necesario que se corrijan. El autor siempre se refiere al Benemérito de la Patria como Juan Álvarez; sin embargo en la página 304 se nombra al prócer como Juan Nepomuceno Álvarez, error que fue muy común en el siglo XX pero que fue superado por una investigación que patrocinó la legislatura guerrerense hace treinta años. En la página 307 se da como fecha de erección del estado de Guerrero el 15 de mayo de 1849. La fecha correcta es 27 de octubre de 1849; la otra fecha histórica de este proceso fue el manifiesto que firmaron Juan Álvarez y Nicolás Bravo pidiendo la autonomía del Departamento de Acapulco, el 8 de octubre de 1841. En otra parte del texto se dice que la elección fraudulenta de 1988 se realizó el 2 de diciembre, cuando fue el 6 de julio de aquel año. (Aprovechemos para un paréntesis después del punto y seguido, innovación literaria del autor. El 27 de octubre es una fecha inolvidable para el de la pluma, es la fecha de mi cumpleaños. En la mañana de ese día vari@s amig@s me llaman por teléfono para felicitarme; después me preguntan qué estoy haciendo, puesto que todo el mundo sabe que no acostumbro hacer fiestas. Les respondo que estoy celebrando, me cuestionan por no haberl@s invitado y les aclaro que lo que celebro es la erección; me siguen cuestionando y les tengo que aclarar que a estas alturas del partido ya son tan escasas que cuando se produce una hay que hacerle fiesta).
A propósito de las presentaciones hay que decir que han tenido panelistas de muy alto nivel y foros importantes, como el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, la sala de cabildos de Acapulco y este auditorio Ignacio Manuel Altamirano. Dentro de una semana estará Julio Moguel, el más destacado estudioso del campo mexicano, junto con Héctor Manuel Popoca y David Cienfuegos compartiendo el foro de análisis sobre este libro. Qué bueno que así sea y qué bueno que el autor sea coyuquense.
VI
Alejo García Jiménez es traicionado por su formación como profesor normalista y agrega un capítulo de analogías de los temas que trata con los tiempos actuales. Es por eso que digo que el libro es una proclama, una incitación a enterarse de pasajes de la historia mexicana y guerrerense y a tener una actitud en consecuencia; esto es, a luchar.
Las analogías son un aspecto que al de la pluma no le gustan mucho. Las buenas obras literarias no son las que dan todo digerido, sino aquellas que dejan grandes espacios para que el lector realice su propia investigación y saque sus conclusiones. Hay que decir en descargo que soy un lector con muchas horas de vuelo, tal vez he leído miles de libros en mi vida y estoy acostumbrado a interactuar con los escritores, a leer entrelíneas, a ubicar el dato oculto, a comprender las historias subyacentes a toda historia principal. A veces pasa que uno simpatiza con un personaje y de pronto desaparece de la novela sin que el autor nos diga qué fue de él; los lectores atentos regresan sobre sus pasos y vuelven a leer el libro o algún pasaje que les traiga noticia del personaje al que le hemos perdido la pista.
Por la forma impecable de escribir y por la gran cantidad de datos que aporta, podemos concluir que el autor de este bello libro también podía hacer este tipo de lecturas en donde interactuamos con el escritor y nos metemos a fondo a su obra. Por desgracia el profesor ya no está para decirnos sus motivos para entregarnos estas analogías. Me voy a permitir arriesgar una hipótesis de trabajo: creo que el autor pensó en los miles de guerrerenses que pueden interesarse por su historia pero que no tienen el entrenamiento que tenemos algunos que estamos acostumbrados a leer mucho. Ya había pensado en esta hipótesis de trabajo antes de leer un párrafo que está en la página 251, justo al terminar el capítulo de las analogías. Dice el autor, con cierto rasgo de humor involuntario:
“Ya presentadas las tres similitudes históricas con sus propias diferencias, dejamos al lector que saque sus propias conclusiones, aunque seguramente coincidiremos en que: cualquier parecido entre aquellos sátrapas y los actuales, no es mera coincidencia; es la manera en cómo retienen el poder los autoritarios y cómo resisten los gobernados y sus dirigentes”. (página 251)
Cuando leí este párrafo no pude evitar una sonrisa; el autor sabía lo que hacía y confiaba en el método y en las largas jornadas de trabajo que debe haber empleado para lograr este estudio hermoso de la microhistoria guerrerense; esa confianza en el trabajo propio es lo que lo hace afirmar que ‘seguramente coincidiremos’. No es una frase de vanagloria o soberbia, sino una que nace de la confianza que da a un escritor haberse aplicado hasta el cansancio en escoger sus categorías analíticas, su método, su periodo de estudio, su tema y la forma en que lo presenta a sus lectores.
Es en ese sentido que afirmo que esta obra es un libro de texto. Nos dice cómo ocurrió la historia y se mete a una compleja red de intereses, ideas, movimientos políticos y militares; pero también nos dice que debemos estudiar el pasado para entender mejor el presente y vivir el futuro; para que, puestos en las mismas disyuntivas históricas en que estamos nosotros cada día, no cometamos los errores o los excesos que otros cometieron.
La obra puede resumirse como el libro que contiene un esmerado alegato político, un profundo amor al pueblo mexicano y sus mejores tradiciones libertarias y un inmenso amor a la tierra que vio nacer a su autor, el profesor Alejo García Jiménez.
VII
Comencé mi intervención con una nota de contexto, quiero concluirla con otras dos en el mismo sentido. Nunca había escuchado hablar del profesor Alejo García Jiménez; por supuesto que no sabía que era de Coyuca. En varias ocasiones he compartido los foros con el rector de la Universidad Campesina, que es su hermano y tampoco me lo dijo. Con el único miembro de la familia que he tenido contacto esporádico es con el ingeniero Carlos García Jiménez, un hombre que se dedica a la producción de abonos orgánicos y a promover la agricultura autosustentable y sana.
Cuando vemos a tanto ciudadano de bien, que además han optado en sus militancias políticas por la crítica al sistema de valores existente, uno debe quitarse el sombrero y tratar de ubicar el origen común de esta formación. Cualquier análisis más o menos riguroso del asunto nos llevará de manera ineludible a la familia. Es obvio que el profesor Alejo y sus hermanos abrevaron su formación en el seno familiar. Ello nos habla de una familia con valores morales y políticos rigurosos: todos ellos optaron por la lucha y el camino cuesta arriba en lugar de la comodidad que seguramente tendrían con solamente practicar sus profesiones en los caminos trillados en que todos lo hacemos. Retomo aquí lo expresado por el presidente municipal en el respetuoso llamamiento que acaba de hacer a los estudiantes de la preparatoria: ‘el camino fácil trae resultados ordinarios, el difícil requiere esfuerzos extraordinarios para cosechar frutos extraordinarios’. Los padres de estas personas, en donde quiera que se encuentren, deben estar satisfechos por lo que sus hijos hacen a favor de las causas justas de la gente; de la educación de los pobres, de las alternativas ante una forma de cultivar alimentos que termina envenenándonos, de la intención de que todos conozcamos la historia del estado de Guerrrero y particularmente de su microrregión, para poder servir mejor a la patria. Por todo ello, creo que los padres del profesor Alejo García Jiménez merecen un reconocimiento y un gran aplauso.
VIII
Una segunda nota de contexto es la siguiente: algo está ocurriendo en Coyuca de Benítez que hace que la gente se interese cada día más por la cultura y el debate de buen nivel. La asistencia a este acto (en día viernes por la mañana, quincena además) obliga a reflexionar sobre las cosas buenas que tenemos; a nadie de los que aquí estamos los anda buscando alguien para hacerle daño, nadie de nosotros anda buscando a alguien para maltratarlo. Cada vez son más frecuentes los actos culturales oficiales y privados como lo son las presentaciones de libros. Ello habla bien de todos los coyuquenses, pero especialmente de sus autoridades.
En el caso del material que nos ocupa hay que tomar en cuenta que es el libro de un disidente político; aquí el presidente Javier Escobar Parra hace bueno el famoso dicho de don Jesús Reyes Heroles: ‘lo que se opone, apoya’; como cuando estamos reponiendo el alambre de una cerca y a los horcones de las esquinas les ponemos un paral adicional para que soporten el tirón del alambre. El círculo virtuoso se cierra cuando vemos que hay funcionari@s jóvenes que lo mismo se aplican en arreglar las sillas de un auditorio para la Feria de la Palmera que en participar con excelente nivel en la presentación de un libro. El caso de Glenda Díaz Flores, digna secretaria general del Ayuntamiento que preside el profesor y licenciado Javier Escobar Parra es un dato que estamos obligados a resaltar porque perfila a las políticas y los políticos del futuro. Mayor mérito tiene que sea mujer. Muchas gracias.
CORREO CHUAN
Las de arriba son las palabras que dije en la presentación del libro “Guerrero y Álvarez”, del profesor Alejo García Jiménez. Las publico como ensayo por la atenta solicitud de Ossiel Pacheco. En la próxima entrega hablaremos del pastor Fidel Aguilar Chávez.
Mientras tanto las cosas se descomponen en el estado, se habla de movilizaciones alentadas por el crimen organizado y hay sospechosas balaceras en el puerto de Acapulco. Los gobernantes cosechan las malas señales que han enviado sobre el tema; cuando se dice que puede legalizarse el uso terapéutico de la mariguana la propuesta puede ser buena, pero si no ha terminado la famosa ‘guerra contra el narco’ se convierte en una mala señal para todo mundo. Hay que valorar bien las coyunturas y esperar el momento propicio para mandar iniciativas que cambien el acento persecutorio del tema. Pongamos un ejemplo que los guerrerenses conocemos: Lucio Cabañas muere el 2 de diciembre de 1974; en los dos años que siguieron se combatió con furia a la Liga Comunista 23 de Septiembre hasta casi exterminarla. Una vez reducidas al mínimo las posibilidades de un rebrote guerrillero, ya en los tiempos de José López Portillo, en 1977, fue enviada al congreso una ley de amnistía y una modificación al sistema electoral que permitió canalizar por el camino de la legalidad a las disidencias armadas. Jesús Reyes Heroles sabía que ese tipo de iniciativas hubieran sido contraproducentes si se hubiesen enviado en el marco de los enfrentamientos con la guerrilla urbana o rural. El gobierno sacó al ejército de sus cuarteles y hoy no saben cómo regresarlo sin victoria. No entienden las lecciones de la historia.
El correo chuan dice que al gobierno se le enredó el mecate y de tanto enviar malas señales terminaron por confundir a la población y por confundirse ellos mismos. También dice el chuan que el libro “Guerrero y Álvarez”, del maestro Alejo García Jiménez es un documento de lectura obligada si queremos conocer de verdad la historia de México. Zapata 21 es una dirección de bellos recuerdos.
E-mail: correchuan@hotmail.com